Siento chispas que surgen de las piedras y pasadizos avanzando sobre sótanos gris marengo: sobre la cotidianidad irrumpe un gorrión de luz.
Siento surgir en el cañamazo del tedio el recuerdo de una flor.
En cada túnel se presiente el final: allí el regalo de la belleza.
Siento que una sola mota alegrista hace dudar de los armazones de la tristeza.
Lo dinámico asusta a lo estático: el impacto de una pedrada hace temblar todo el lago.
Siento que la niña nunca se ha ido, que la infancia son círculos y curvas y colores comestibles; siento que los pinceles se cogen con dientes de leche.
Siento la realidad, la costumbre, la tradición y la nada cósmica, siento cuadros llenos de horror simétrico donde de pronto la antorcha, el arte, la esperanza.
Siento que la muerte nunca llega hasta el hueso, que vivir es renacer y cada cuadro un todavía.