"La habitación del extranjero", de Óscar Aguado


No va a dejar nada en pie. Óscar Aguado ha escrito este libro con una hélice bolígrafa y va a devastar todo lo que encuentra a su paso, el amor, la amistad, la propia poesía, con una precisión y ferocidad minuciosa. El que gusta del Óscar Aguado ateniense que debe parte de su fama a las continuas luxaciones del lenguaje ya puede darse la vuelta: La Habitación del extranjero es un libro espartano de vientos cortantes y terrenos elegíacos, donde las imágenes portentosas y los pujos esteticistas dejan paso a la claridad del sufrimiento y la sinceridad en la emoción. El poeta se ha cansado de sus juegos de magia; de la chistera de este libro sólo van a salir palomas muertas.

Un hombre brujulea por las calles de Barcelona. Quiere acercarse al otro, pero la ciudad se le hace hostil y su pasado reciente remece el edificio. A veces creemos que va a destruirse; otras, que va a destruir a todos. Entre absentas y putas que le desprecian, el poeta compone poemas que van del vértigo a la reflexión más desesperanzada. Yo no soy poeta, escribe. No existen canciones bonitas. Y este verso terrible: El amor es el odio a uno mismo.

Con estos condicionantes, el verso de Aguado se torna áspero y descreído. Belleza/ te niego/ como niego la enfermedad, nos anuncia en el primer poema. Acuciado de extrañeza, la poesía se le hace un asunto de bergantes y barateros, una impostura que no sirve para moderar sus padecimientos. La poesía es sólo belleza, parece decirnos, y la belleza no es más que un centón de pedrerías. Por ello el extranjero se lanza a una búsqueda descarnada de sí mismo. Quiere sufrir y lo consigue. No le basta una verdad cualquiera, sino la verdad más peligrosa, porque, como señala en otro verso, es un niño que sólo juega a la verdad de las gafas rotas.

De ahí la extranjería que recorre estas páginas, el aislamiento, el vacío y, finalmente, el odio y denuncia contra todo. El poeta no se somete a un ejercicio terapéutico sino a una flagelación consciente. Solo el pensamiento de la muerte va a mitigar la incesante sangría en la segunda parte del poemario. La muerte, en este libro, es el apósito, el alivio, la verdadera alegría: El extranjero espera la muerte/como el niño espera a sus padres/en la puerta del colegio.

La habitación del extranjero es un libro valiente porque está construido contra la tradición central de la poesía panhispánica, aquélla que antepone el sonido al sentido y gusta de entregarse a lo sentimental. El poeta ha decidido refrenar sus facultades para adecuarlas al tono y al mensaje de lo versado. Ese detalle no debería pasar desapercibido: cuando un poeta tiene la valentía de ocultar parte de su repertorio, es que ha entrado en la madurez.

Es un libro de destrucción y no me entiendo, que se va hilando con el ritmo del arritmo, y donde se demuestra que la contrabelleza es una forma sigilosa de belleza. Con unas herramientas insólitas, el poeta pronuncia su clase magistral, la de la poesía sin querer. En La habitación del extranjero se vive la paradoja de que la poesía surge contra la poesía; Óscar Aguado se crece al dirigirse contra Óscar Aguado.