Uno va por la poesía actual como Diógenes con su linterna, buscando poetas que no sean conscientes, que no escriban poemas sino que se dejen escribir por ellos, poetas que se hayan salvado de los estragos de la inteligencia y la filosofía, que no vayan por ahí amenazando al poema, cogiéndolo por las solapas para dictarle las dosis y los modos y los adóndes, y en esa búsqueda empieza a desesperarse. Por todas partes se topa, como tara o epidemia de nuestra época, con el poeta-psicólogo de sí mismo, el que escribe en continuo autoexamen como si llevara retrovisores en la nuca, el reflexivo que sabe perfectamente que el poema es un artefacto al que hay que aplicarle unas doctrinas y procedimientos, el que compone artes poéticas transiberianas donde se cree obligado a unir a Habermas con Plotino, y al final uno bosteza, se cansa, pierde los nervios, arroja la linterna... Y entonces Francisco J. Sevilla.
Sevilla o la alegría desbocada. Sevilla o el exceso no premeditado. A Sevilla no me lo imagino con metrónomo ni fusta ni pentagrama, estrujándose las meninges detrás del verso y lamentándose en el caso de que no llegue, sino en espera tranquila y riente de quien sabe que todo acaba saliendo a condición de que no sea pedido. Sevilla conserva lo que siempre me ha gustado de la mayoría de mis poetas favoritos: no suda el verso, nunca lo obliga, lo deja vestirse con la camisa por fuera, se deja arrastrar por él.
En nadie he visto la encarnación del poeta total como en él: Paco Sevilla es igual de poeta ante la hoja en blanco como ante el micrófono como en la conversación más improvisada, al punto de que, algunas veces, y hablando muy en serio, he comentado a poetas de Madrid que se podría vivir muy bien persiguiéndole con una libreta y anotando todo lo que va diciendo, porque el Sevilla que charla con una cerveza al lado es igual de creador, chocante, absurdo, divertido, novedoso. No estoy exagerando: Sevilla es poeta las veinticuatro horas al día y no puede ser otra cosa que poeta. Poeta sin querer, se entiende, poeta sin la mancha burda del adrede.
Todo esto que escribo sería mucho más bonito de decir si lo hubiera visto desde el primer minuto, pero la verdad es que, horresco referens, al principio me asusté un poco con un rasgo de la poesía de Sevilla. En efecto, no podía soportar los generosos errores gramaticales que se cuelan en sus libros. ¿Cómo un poeta de tanta categoría se permitía esos deslices? ¿Qué editores le consentían eso? Un día se lo dije, la anécdota no me conviene pero es ilustrativa:
–Paco, perdona que te diga, pero en este verso tuyo, “Eras como una rosa roja en 1 portaviones”, portaaviones se debe escribir con dos aes.–Mira, Batania, en ese mismo poema, un poco más abajo, pongo un punto después de un signo de interrogación. Eso no se puede hacer. Y aquí pongo sobretodo junto. Y aquí hay una i griega con tilde. En este libro hay docenas de faltas y me gustan todas.
Ahí es nada. Nos pasamos la vida pidiendo heterodoxias, transgresiones y blablabla pero luego, en el momento en que llegan, ocurre que nos hacen tanto daño a los ojos que nos sacan el animal conservador que ni siquiera sospechábamos. Aquel día salí trasquilado y me fui a casa con la sensación de haber representado el poco deseado papel de Aristarco policial. Desde entonces he aprendido que dentro de la naturalidad de Sevilla figura la aproximación y también el error o, como dice en este libro, “Reivindico / las / faltas / de / ortografía / en / su / totalidad”.
Clic está dividido en 202 universos y 99 sputniks. Los universos son una suerte de poequeños o poemínimos efrainistas, especie de píldoras crujientes que golpean de una sola vez y pueden servir también como material para hacer pintadas o antilemas para campañas publicitarias. Los sputniks, en cambio, son propicios para mayores desarrollos, pero el núcleo que los integra, el átomo principal, participa de las mismas características que el primero. Clic trae la novedad de esa estructura compositiva dual, una estructura bastante coherente en un autor que, hasta ahora, se había significado por la defensa a ultranza de su caos. Entiendo que la mejor estructura es aquella que no desnaturaliza el proceso por el que llegan los versos al poeta, y en ese sentido considero que Sevilla ha acertado plenamente, porque su cerebro disgregado, ocurrente, repentista, halla su mejor acomodo en estructuras breves, fragmentarias, aforísticas. Los poemas de Sevilla, incluso aquellos más largos, son clics, son una sucesión de instantes.
Nadie puede llegar a tanto en el arte de la greguería, del aerolito, del destello, de la metáfora inesperada, de la imagen insólita. Cuando digo nadie no incurro en hagiografía: no conozco a ningún poeta que sea capaz de hacer tantos esguinces con las palabras. Algunos porque no se atreven y la mayoría porque no pueden. Por otra parte, he tenido la suerte de seguir el proceso de construcción de Clic y me he quedado impresionado: entre el primer esbozo y el resultado final, Sevilla ha desechado docenas de poemas enteros y cientos de versos sueltos, lo que indica que este poeta, al que he denominado no inteligente en tanto que escribe sin apriorismos, mantiene en cambio un nivel de exigencia a posteriori altísimo: Sevilla ha prescindido de versos por los que otros menos dotados matarían.
Es el poeta asistemático, el invertebrado, el que empieza por cualquier sitio y luego se asusta del lugar al que acaba llegando. Aunque en este proemio estoy insistiendo en que es un autor no deliberado, en Clic reconozco la constante de la alegría, del amor, todo ello alcanzado de una forma humanísima y con una hibridez gramatical y estilística que sorprende por su grado de rompan filas. También es un libro escrito de forma clara: Clic no cultiva el medio decir sino el decir entero, no la estatua solamente insinuada sino la descubierta a golpes de cincel.
Se lee el libro con el gusto con que se lee toda buena poesía y porque se nota que el autor se ha divertido escribiéndolo. Me imagino a Sevilla como el poeta que se tragó un globo de niño y ahí sigue, con el estómago lleno de helio, volando mucho más alto que nosotros, lejos de nuestras tristezas y aburrimientos consabidos. Si es cierto que se escribe como se es, este poemario está escrito tal como Sevilla respira. No deberíamos decir, por tanto, que Paco Sevilla ha concebido Clic, sino que Clic se ha dejado concebir por Paco Sevilla.