Madrugada del miércoles. Tres en tedio de la mañana. La mano neorrabiosa toma dos aerosoles y sale a la calle, donde las farolas calvas percuten contra el tiresias de la noche. Propósito: hacer feliz a la poeta Vukušić durante tres minutos. Razón: tributar homenaje a su poesía. Estrategia: acudir a la calle Batalla del Salado y pintar en las paredes dos versos de su libro Guerra de Identidad (Baile del Sol), saludado en algunos espacios como uno de los mejores de 2008. El ojo cachicuerno solo ha visto tres veces a la actriz Vukušić y no sabe dónde vive, pero se lo juega todo a la última página de su poemario, donde se puede leer: ahora vivo en Madrid/en batalla del salado/me debato paralelamente/entre un paseo por las delicias/y santa maría de la cabeza.
Las zapatillas rotas del neorrabioso parten de Pacífico y se tuercen por un circuito alternativo. Primera regla del grafitero: no camines nocturno y con aerosol por las arterias principales de tu ciudad, porque se ofrecen al viboreo continuo de los vehículos policiales. Mientras fatiga las aceras de la calle Andalucía y la calle Granada, su cerebro disgregado piensa: la calidad de Guerra de Identidad se prueba en que no se acaba en el momento de leerlo, sino que sigue creciendo después de su lectura.
El grafitero sale siempre a partir de las tres de la mañana porque sabe que en ese momento se retira el último turno de policía y la ciudad se queda con un número residual de patrullas. Por eso camina alegre, seguro de sí mismo, y va saboreando el engranaje poético de la traductora Vukušić, en cuya obra los versos valen menos que los poemas y los poemas valen menos que el conjunto. Casi no hay versos memorables en este libro memorable: he aquí un detalle de la destreza con que está escrito. Un poema de la animadora Vukušić, aislado, se cubre de orfanatos; pero unido a sus hermanos hace macramé, se trufa de galerías y estalla en sinergias hacia todas partes. Los sesenta y nueve poemas que integran Guerra de identidad se hablan entre ellos y continúan hablándose cuando se cierra el libro.
Las suelas neorrabiosas ya pisan Batalla del Salado y el grafitero está nervioso. Sus normas de seguridad le impiden hacer pintadas en lugares que no conoce, por lo que toma precauciones: deja los dos aerosoles debajo de un coche y comienza a estudiar las características de la calle. Mientras busca paredes adecuadas reflexiona sobre los tres conflictos de Guerra de identidad: un conflicto personal, un conflicto familiar y un conflicto nacional. Entre la paz en Galitzia y la guerra en Croacia, entre un padre y una madre separados, entre el desencanto de la juventud y la pérdida de la infancia, la filóloga Vukušić se debate y coaduna con maestría los tres escalones. El libro es un cuerno de la abundancia para los poetas que cultivan la confesión o el testimonio, también para los que menudean en lo social: sin caer en la pornografía de sentimientos o en la denuncia más obvia, la locutora Vukušić elige para contarse aquello que linda con lo humano universal. Con su disfraz del yo y en este lugar y a esta fecha consigue llegar al nosotros que trasciende los lugares y los calendarios.
Llega el momento culminante. El ojo cachicuerno espiga dos de las cinco paredes que le han gustado y comienza a pintar los versos. Mientras rocía con su Pinty Plus negro de dos euros el verso ¡la tele dice eurípides!, piensa en la poesía sin querer de la gallego-croata Vukušić, conseguida con procedimientos aparentemente analfabetos. El libro está escrito con ternura de niña y cerebro de adulto; opera con ideas y cosas; su lenguaje es sencillo y narrativo; alterna brutalidades y delicadezas; hay vivos y muertos, violaciones y hasta asesinatos; encantaría a Saint-Exupery y a Roberto Benigni, también a Carlos Williams, seguramente a Pessoa. Concluida también, con aerosol blanco, la segunda pintada Dale una máscara y dirá la verdad, frase guiño a Oscar Wilde, el poenauta piensa en los rastros en forma de canciones, frases o citas que ha colocado con intención venenosa la monitora Vukušić: Guerra de Identidad abunda en detalles para que el lector pueda comprender los materiales con que se ha construido su modo de verdad, y lo hace sin caer en el sudor burdo e innecesario de la explicación.
Después de firmar las pintadas con neorrabiosic, otro homenaje, el grafitero da el trabajo por terminado y respira. Aunque sus pintadas nocturnas se le hacen una forma de erotismo, esta vez no ha disfrutado: Batalla del Salado es una calle difícil y nada erótica, porque siempre hay tráfico, casi no hay coches aparcados donde ocultarse y existe un cuartel de la Guardia Civil. Gracias al cielo, piensa, no tendré que volver por aquí hasta que se publique Perversiones y Ternuras, el próximo libro de Vukušić, la presentadora.
Camino de vuelta, toma las calles principales de Paseo de las Delicias y Avenida Ciudad de Barcelona, porque se ha deshecho de los aerosoles y ya no corre ningún peligro. No puede dejar de pensar en Guerra de Identidad y la tía susaniña, los cromos, la goma, rayuela, las olas gigantes que no ahogan, Dinastía, Naranjito, las canciones y frases gallegas y croatas, el bitter kas de su padrastro, toda esa guarnición de la nostalgia que rocía de encanto el libro y lo convierten en un canto a la vida y a la infancia; no puede dejar de pensar en las cargas de profundidad en forma de verso que se disponen con mano maestra, como la abeja con orejas de lobo, la abuela como madre, la madre como padre, el padre que empieza balonmanista, continúa pintor y luego militar, la base croata de Venecia, el tío con quien habla en inglés o en francés, Gabran y sus frases en croata que no entiende bien, donde la dobladora Vukušić llega a la audacia de insinuarnos que hay formas de comunicación anteriores y superiores al lenguaje... Al poeta neorrabioso le emociona este libro y lo sitúa en la punta más alta de la poesía joven madrileña: se lo ha leído cinco veces y acostumbra a guardarlo al lado de una navaja corta, para tener alejados a los poetas pobres o ladrones del extrarradio.
Sólo cuando llega a casa el grafitero comienza a pensar en la posibilidad del ridículo: ¿y si la profesora Vukušić no vive en Batalla del Salado? ¿Y si solo es una licencia annesextoniana como otras que ella misma ha confesado y justificado? ¿Y si es verdad pero sale a la calle y no ve las pintadas? ¿Y si las brigadas de limpieza las borran antes de que alcance a leerlas?
La solución a sus dudas llega muy pronto. A las 20:04 del mismo día, Vukušić publica una entrada en su bitácora en la que se puede leer el siguiente extracto: hoy me han hecho el regalo más bonito del mundo y voy riéndome por la calle como saltando sobre los charcos o corriendo bajo la lluvia o bailando bajo este sol y la gente se contagia, irremediablemente, la gente se contagia. batania me ha hecho el regalo más bonito del mundo. La entrada no viene firmada ni por la gallega ni croata ni traductora ni profesora ni monitora ni actriz ni poeta ni filóloga ni dobladora ni locutora ni presentadora ni las otras ocupaciones que se pueden leer en la solapa de su libro. Viene firmada por Déborah Vukušić. La persona.
¡Maldito Batania, otra vez te saliste con la tuya!